19 mayo 2011

Soñando Huesca - La clase política

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Llevaba poco tiempo en la ciudad pero aquella mujer despertó mi curiosidad casi desde el principio. Su soledad y esa forma de ir maquillada me creaba cierto desconcierto. Sin embargo un día me decidí a hablar con ella y le pregunté, sin tapujos porque estaba tan sola. Ella no me contestó a la pregunta, simplemente me miró y me dijo: “te voy a contar una historia, una historia de la ciudad de dónde vengo”. Y así fue como supe de esta historia que ahora yo os escribo:

Verás muchacho, me dijo, yo provengo de una ciudad en la que podía ver pero no ser vista, y la verdad es que yo veía muchas cosas. Veía los plenos del Ayuntamiento celebrados en el parque, abarrotados de gente proponiendo, protestando, tomando notas, suspirando, vitoreando y abucheando. Veía al alcalde Huesca por la calle pidiendo a la gente que acudiera a las comisiones de contratación, de cultura, de festejos,... veía a los concejales dispuestos todas las mañanas como una sola persona salir del Ayuntamiento para escuchar a la gente, para tomar nota de su ciudad, para trabajar en el campo, en la obra o en el banco, permanecer durante un tiempo al lado del sin techo, colaborar con Cáritas o con el Secretariado Gitano.

Veía a los políticos viviendo en la pobreza, con los pobres, con los ninguneados, con los “nadies”. Los veía acercarse a la marginación pero también sentarse por unos días en una silla de ruedas, vendarse los ojos, taparse los oídos,... cuidando ancianos y a bebés, poniendo orden en una clase de adolescentes en primavera o recogiendo los vasos rotos en la calle un domingo por la mañana. Veía al político sirviendo copas en San Lorenzo, uno en cada peña, repartiendo sonrisas y abrazos en el hospital provincial, y animando a los familiares de enfermos terminales en el hospital San Jorge.

Veía al Alcalde rechazando el palco del Alcoraz y sentarse con su bufanda del Huesca al lado de la afición, en el balonmano tocando el bombo junto al “trompetas”, intentando correr la media maratón de Huesca, arbitrando un partido de baloncesto juvenil o coger la bici para desplazarse por Huesca.

En Huesca el ciudadano que salía de viaje presumía de sus políticos, alababa a la alcaldía, a su humildad y su servicio. El oscense, orgulloso, contaba historias que increíbles para el resto de personas, y tanto emoción y empeño ponía el oscense en contar esto que gran parte de los oyentes acababan llorando de la tristeza que les producía la simple comparación con su ciudad, y nos preguntaban “¿pero es cierto?”, y así era muchacho, así era.

Me preguntas por mi soledad, pero no me preguntas quién soy – me dijo.
¿quién eres? - le pregunté.
No soy yo quien lo debe decir.
Al tiempo de vivir en Huesca averigüé que aquella mujer que me había pedido alguna moneda para tomarse un bocadillo, que me saludaba de vez en cuando y que me contó aquella maravillosa historia era la alcaldesa de la ciudad donde vivía y que en su afán por acercarse al pueblo y sentir lo que sus ciudadanos sentían decidió vivir en la calle para no perderse ni un instante de la vida en su ciudad, para ser la persona más humilde de toda la ciudad, para servir desde abajo y no desde las alturas.

1 comentarios :

César Torres dijo...

Gracias por recordádnoslo, Lorenzo Kaváfis. Estaremos atentos a los Cíclopes, esos monstruos de un sólo ojo y dos grandes manos. Y a Itaca.

César Torres