14 diciembre 2011

Una de Castanesa

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Hace poco me ocurrió una de esas casualidades de la vida que le hacen a uno reflexionar y por ende crecer como persona, cuestionarte todo lo que sucede al rededor e incluso los propios principios.

Llevo ya un tiempo leyendo un libro que a mucha gente le sonará y otras lo habréis leído, Anna Karenina, de Tolstoi. Es un libro que tenía en la guantera para cuando tuviera una época de tranquilidad, así que lo dejé para después de estas últimas elecciones. Estoy fascinado con este libro por varias razones, pero la que viene al caso en esta entrada es que es algo más que una novela. En ella, uno de los protagonistas, Konstantin Levin (este es uno de los nombres del personaje, porque estos rusos son de poner muchos apodos a la gente), me ha atraido desde el inicio de la novela, es quizás el personaje que más ha evolucionado en su forma de actuar y de pensar (aunque todavía no la he terminado).
Pues bien, una de las cosas que le obsesionan a este personaje es el campo, como mejorar la producción, ama la tierra, y a pesar de ser un burgués le encanta hacer las labores típicas de labranza y cosecha, le gusta los campesinos, su vida, su forma de ser,... y cada vez más se va dando cuenta de una cosa importante, en todas las decisiones anteriores para mejorar la productividad de sus tierras sentía como muchos trabajadores eran holgazanes y sobre todo no hacían lo que les mandaba en cuanto les daba la espalda. Entonces descubre que a aquellas personas sí que les gusta trabajar, les gusta el campo tanto o más que a él a pesar de no ser sus tierras; lo único, que les gusta trabajar a su manera, con sus reglas, sus descansos, su productividad,... y hasta ahora Levin no se había dado cuenta de esto, por lo que decide incluir en su forma de organizar el campo las actitudes de los campesinos, incluso escribe un libro en el cual dice que lo fundamental para trabajar la tierra es tener en cuenta a los trabajadores. Sin duda alguna habia abierto los ojos hacia una nueva forma de trabajar el campo.

Todo esto lo leí y analicé una semana antes de que me ocurriera otro suceso. Estaba en una casa de turismo rural en el valle de Castanesa, regentada por un matrimonio que llevaba ahí toda su vida (nacidos en el mismo valle), que preparaban sus propios productos de forma ecológica, tienen su ganado, su huerto, sus campos,... y además encantadores. No pude evitar preguntarle por la ampliación de la estación por Castanesa, cuál era su opinión. No dudó en defender el proyecto, aunque eso sí, bajo una estrecha vigilancia por agentes medioambientales y ecologistas. No entré a debatir mucho sobre el tema, esta vez quería escuchar y aprender. Aquel señor no tenía ningún interés económico, ninguna tierra suya iría para especulación inmobiliaria ni nada parecido, sólo pensaba en la inevitable muerte de su valle, donde los pueblos que más habitantes tienen en invierno son 8, 4, 5, 2 y 1. Más o menos es la proporción que me vino a decir aquel hombre mientras fuimos a dar una vuelta con su todo terreno por los campos y me enseñaba como lo jabalíes le estaban haciendo la vida imposible destrozándole unas preciosas praderas.

Y ahora me encuentro en un pueblo donde ayer hablé con un agricultor que le pagan las manzanas entre ¡¡¡12 y 18!!! PESETAS. Y por supuesto que le hecha sulfatos y todo lo que pueda, sino el tamaño de estas  no sería el adecuado y se las pagarían a menos precio. 

Así que este es el panorama que redacto y que me cuestiono. ¿Puedo criticar o incluso luchar contra muchas de las situaciones que perjudican al medioambiente sin contar con las personas que viven ahí donde se produce o producirán estos atentados contra la biodiversidad?


Así pues, la labor se complica, y aunque cuestionarse estas cosas a veces pueda resultar tedioso y paralice el trabajo que estabas haciendo hasta ese momento, es necesario realizarse estas preguntas de vez en cuando. De momento no tengo respuesta, sin duda seguiré buscando.

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